Tú que te crees el más intelectual de tu círculo de amigos. Ese que no se fija en las banalidades del cuerpo humano pero que, por cada morra que mira, sus pensamientos más prosaicos arman la frase de batalla ¡Chichis pa’ la banda, chichis pa’ la banda! en lo que busca una frase llena de datos basura para llamar su atención, como si le dieran más puntos para intercambiarlos por inmortalidad.
Tú y tu persistente y ridícula manera de ver en la vida cotidiana un cuadro surrealista rematando con un «por eso amo mi país».
Tú que te armas de valor para acercarte a las morras en el bar de moda diciendo que tu biorritmo y la luna han sincronizado ese momento en el que se cruza tu lado romántico con el lado más enigmático y sexy que un hombre puede tener.
Dicen que tus manitas se convierten en tentáculos y que termina por ganarte la emoción; que te creíste y creaste la imagen de súper ponedor pero que tú no das para eso si no para echarse a llorar. Por eso tu apodo. Por eso y por tu falta de improvisación. Ni tu ensayada posición de flor de loto te salva de las malas lenguas. Vas en pique hacia el valle de los lamentos.
Tejiste tantas frases rebuscadas que ahora te ahorcan, te ahogan. Hilitos coloridos que sólo resaltan tu boca carente de argumentos.
Tus compas dicen que terminas haciendo lo que el Deibid te dice, que no eres capaz de tomar una decisión por tu propia cuenta, que eres más miedoso que el concepto niñagritaalverunaarañacerca. No te juzgo pero es momento de releer tu vida y editarla un poco, sin darle importancia a tu vaso de leche ni a tu pijamita a rayas.