Es una perra, pero cuando estoy puesto, la pinche perra se echa junto a mí a lamerme las patas. No es que yo quiera, es esta ciudad la que me lleva.
Yo era bien derecho, me cae. La primera vez no puede, sentí gacho y hasta dejé ir a la chavita que se puso a llorar. Pero luego ya no y es que la gente no entiende que es mejor no hacerla de pedo porque no respondo.
Era un cholito que venía a comprarse sus tenis acá a Granaditas, pero se equivocó de calle y le caí. Yo traía una punta, me temblaba todo el cuerpo como cuando trais la calentura.
Todo iba bien pero se quiso poner pendejo y tuve que picarlo una, dos, tres veces. Me dijo que no. Se quedó tirado, le quité su baro y la medallita de la virgen que te di pa’ que te cuidara, Martita. Lo patié y me fui tendido para la vecindad. Me sentí remal, me puse a llorar de rabia y juré que no me volvían a decir que no.
Por eso ahora me agandallé este cuete pa’ que no me dijeran que no, pa’ que si llegan los pinches tiras se la pelen, porque ya estuvo que la pinche perra se clave conmigo.
Pero no entendiste, Martita, yo que te quería tanto y que hasta te di la medallita de la virgen; ¿quién iba a decir que la próxima que me diría que no, ibas a ser tú? Perdóname que te quite la medallita pero ya ni te va a hacer falta. Te digo que esta ciudad es una pinche perra.