Puto era el nombre con el que lo conocían todos en el barrio, en la escuela e incluso entre sus familiares. No recordaba desde cuándo comenzaron a llamarle así, suponía que desde siempre.
«Todos sabemos lo que eres. Eso es pecado. Te vas a ir al infierno. Encomiéndate a la Virgen de Guadalupe. Eso está en contra de la naturaleza. ¿Por qué no tienes dignidad? Vas a servir sólo para cortar el cabello y prostituirte. Eso en mi casa no te lo voy a permitir. Levanta la mirada, pinche puto. Habla como hombre, puto. Párate como hombre, puto. No pongas la puta mano así, puto.»
Un día trató de beber de un bote de ácido, se le perforó la garganta antes de que llegara a su estómago y vomitó su alma. Quedó grabada en la tilma de su carne ante la que nadie se inclinaría.