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El noble espíritu de la juventud

Necesitaba sangrar el brazo inmaculado y sentir que salía esa sangre espesa casi negra, que era miel de purga, de purga de tanta oscuridad. Necesitaba botar eso, sacarlo; toda sonrisa que salía de su boca era una necrosis, el aire que entraba a sus pulmones retornaba tan putrefacto al mundo que las moscas al olerlo se suicidaban y su tacto sudadito blanquecino corrompía vestidos de primera comunión, charol blanco, algodones de azúcar, hímenes de bebés, flores de todo tipo y hasta fermentaba el glaseado de las donas; su mirada rojiza envejecía a los niños y su voz era capaz de prolongar hasta la muerte las digestiones de los ancianos. Se hizo otro corte, estaba al contrario, y sintió como iba perdiendo la habilidad de asesinar el humor, sintió irse en un mareo al insoportable sarcasmo que le había costado años perfeccionar; dejó libres, como quien libera un hámster en la ciudad, todos sus deseos de negro petróleo, todo el smog lacrimógeno de sus quimeras y sintió con su penúltima lágrima la fuga de ese corrosivo miasma negro, escaso como ninguno, que lo carcomía todo, llámese felicidad, llámese el recuerdo de semen viejo en un viejo bluyín; espeso viscoso casi cuajado líquido negro que se confundió con el negro de los converse e hizo que su madre se resbalara dislocándose la cadera al entrar al cuarto de lo abundante que era. Y se fue con un récord de una única sonrisa en la vida.

Cada vez que Doña Teresa vuelve a sentir dolor en los huesos, escozor en la cicatriz, en días de lluvia o algo así, lo escucha llorar, junto a su oído, bien cerquita, y todavía no lo ama.

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Escritor/Ilustrador. Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez. Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena. Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda. Amén.
Es una niña-niño-cosa que le gusta mucho el penecito, la puchita, las nalguitas, los huevitos… En ocaciones se trasviste de mujer, pero casi siempre es quimera. Le gusta mucho el helado de chocolate, el quesito, las palomitas de maíz, pero lo que más le gusta en TODA su vida es picarse la pucha, le encanta acariciarla y frotarse el clítoris hasta que éste le arde y hasta que poco a poco comienza a escurrirse pensando muchas veces en… TI, o en ella/él/eso comiéndotela o comiéndosela. Rurru es egresadx de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, vive en México D.F. en un lugar muy lejano, cerca del bosque. Y cuando menos te lo esperes estará allí dónde tú estás conviviendo con tus amiguitxs, tratando de picarte el culito 😀 Cuando esto suceda, sólo te doy un pequeño y sabio consejo: NO HUYAS, puede que te guste.
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