Karina es una de esas personas que nació con estrella. Buena en todo lo que se proponía se constituyó como artista y diseñadora prominente a los 17 años. A los 25, tras seis años de haber perdido nueve de sus dedos en un accidente automovilístico, se anteponía de manera unánime a cualquier productor musical. No hay artista de renombre que no le haya escrito intentando trabajar con ella. La parotiditis que sufrió en Bostwana a los 27 (y que culminó en una pérdida de 90% de su audición) la guió en línea recta para convertirse en fotoreportera galardonada a la edad de 32 años. Algunos dicen que el ataque de ácido que sufrió en la cara por parte de un exnovio fue el detonante que cambió su visión filosófica y, retratando brutal y explícitamente el incidente en una novela, la llevó a ganar el premio Cervantes antes de los 40. Sus letras impresas fueron preámbulo para un don de la palabra tan encantador como poco común. Su vos segura y amable convirtieron su rostro desfigurado, su mente y sus escasos sentidos en un ícono de poder y determinación global. En su paso por el congreso vislumbramos su cambio a través de periódicos y noticieros. De ser una de las más queridas y aceptadas pasó a ser la arrogante perra consumida por el poder, la avaricia y la coca que termino con su fuero eliminado y privada de su libertad por 8 meses en un centro de reclusión y dos años encerrada en su casa. El aislamiento y la soledad le otorgaron la iluminación divina al encontrar al Señor en las sombras de los barrotes de su celda. Para cuando cumplió su condena, 3 libros de sanación, identificación y sumisión religiosa súper vendidos la motivaron a inaugurar la iglesia del «Jesús Señor de mis Sentidos». Ahora cada día da 4 sermones, toca suavemente a las filas de seguidores, pide colecta y termina cada noche sentada en un modesto trono de caoba ubicadao exactamente debajo del Cristo que mandó tallar para la iglesia. Un Cristo crucificado, herido, ensangrentado y sonriente.
