Te despiertas, abres los ojos, ves la almohada de al lado estrujada y contemplas el vacío con la mente en blanco.
Estás solo y con hambre; el rayo de sol en la cara no te deja ver más allá.
De pronto, tu teléfono suena.
Tomas aire, te levantas rápidamente y después de un apagón de unos segundos caminas hacia la mesa en el pasillo. En el camino reaccionas y te detienes a pensar en esa llamada, mientras tanto, el teléfono sigue sonando cada vez con más fuerza.
Cuando por fin el oxígeno llega a tu cabeza y estás despierto te acuerdas…
Tú no tienes teléfono.