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Una historia chica

Sucede que se nace debajo de una historia —la grande— que pasa por encima de unos, que adoquina sobre la memoria de unos. Sucede que esa historia se cree ella misma lo que se cuenta. Sucede que se construye, de contarse una y otra vez, el único mundo que ve con los únicos ojos ciegos que tiene. Se crece, y su estatura viene de caminar sobre los vestigios de algo que una vez se supo vivo y que ha sido negado a fuerza de que la grande crezca. Sucede que una y otra vez es ella, reafirmándose, convirtiéndose en la voz que debe ser escuchada; voces que se acumulan como cerilla en las orejas y taponean al resto de los sonidos sepultados bajo el camino que usurpa una tierra a la que se le niega florecer.

Por entre los adoquines la hierba logra pasar. Surge esa malahierba, pintando de verde el suelo gris. La tierra está sembrada desde el inicio; las plantas rompen armoniosamente el orden y otra historia se sospecha bajo el camino. El pasto crece disparejo, como sea encuentra la lluvia. A pesar de los pasos que le pesan, que le caminan encima, pisadas que insisten en hacerlo invisible, el pasto crece.

Pasa entre los adoquines un eco que resuena a una memoria silenciada. A una pausa obligada que se cedió a sí misma para convertirse en memoria.

Sucede que la grande tiene el cuello tieso y por eso no voltea, pero la otra se asoma a fuerza de seguir floreciendo, a fuerza de no poder perderse y, de tanto en tanto, le regala un nuevo ojo a la ceguera.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
Ilustrador.
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