Lo domina, su hambre es mórbida. Comenzó a meterse comida en la boca a los setenta kilos y, luego a los ochenta, tragaba papel y plástico. Para los noventa comía tierra, plantas y flores. No era el ser humano detrás del hambre quien quería comer, sino el hambre misma, se había vuelto un poseso. A los cien kilos devoró un gato completo y vivo. Luego, conforme pasaban los días y los kilos, él se tragaba todo: animales, platos, cucharas, mesas, vidrio, papel, aluminio, excremento e incluso personas; se había vuelto un caníbal.
Hoy, a los tres mil doscientos kilos de grasa, espera su muerte sentado sobre el último pedazo del mundo. Sin nada más que su cuerpo mismo.