Me vuelves a buscar con tu paso rápido, hablando rápido, respirando rápido, pidiéndome vernos rápido. Y yo sonrío. No soy un hombre veloz, mejor dicho, soy de pasos lentamente aburridos. Porque qué caso tiene vernos y decirnos, sin sentirnos, que la vida es un instante fugaz y que si no lo hacemos ahora no lo haremos nunca. Calma. No me gustan las prisas, qué carajo son las prisas, quién las inventó, quién dijo que el tiempo se te va acabando si no aprovechas oportunidades. Puras mamadas. El único trago que tomaré rápidamente en mi vida es la muerte. Porque el día que me esté llevado la chingada me vas a entender, y vas a decir con voz de pendeja moribunda, «hijo mano cuánta razón tenía aquel cabrón». Morir no es un proceso rápido, es lento como despertar, y así deberíamos amar. Amar a morir, o morir amando, como tú quieras. Ojalá ya no me vuelvas a molestar, déjame, déjame pero déjame en serio hacerme pendejo, como tú dices, las veces que sean necesarias. ¿Ya estuvo suave no? Tranquilízate, respira hondo, cuenta hasta diez, piensa claro y, si aún después de eso me quieres mandar directito a la gaver, pues dale que aquí te aguanto.
