(A la vieja y sabia Babaca)
Yo estaba sentado frente a ti. Tú lucías enfermo, solitario, lastimado y abandonado.
Me acerqué lentamente pues ustedes tienden a ser muy agresivos, sobre todo cuando no saben lo que está pasando.
Pero no me hiciste daño.
Sonreíste y me acercaste un pan duro, me ofreciste tus periódicos y encendiste una vela.
Desde entonces vamos juntos.
Somos amigos, de los de verdad, de los que juntos aguantan el frío, el hambre y el cansancio. Desde aquí te veo y agradezco mucho esta vieja cuerda y este viejo collar que me mantienen junto a ti.
Me gustaría que me entendieras, que supieras lo que la luz de tus velas significa para mí.
Me quedo contigo, amigo, no importa ni el frío ni el hambre, mucho menos la obscuridad.