A lo lejos, cuan lejos puedan ver los ojos miopes de un hombre se distingue una explosión de flores y capullos alborotados que aunque tenues, a poco se concentre la atención, se van haciendo cada vez más contundentes, intensos en color pero menos decisivos en sus formas.
Justo debajo de las narices del observador descuidado descansa un cuerpo sobre la hierba. Su respiración es corta y suave y apenas mueve a destiempo las hojas fantásticas del suelo. El animal sopla y resopla e insufla vida y tiempo a quien lo mira. Es un momento distendido, laxo, grana a momentos, el espacio particular de un ser solitario y libre.