El dinosaurio que camina lento –absurdo, atento y exuberante–, tenía pendiente una visita con el tiempo.
Paso a paso emprendió un viaje sin regreso hacia donde las manecillas del reloj no dan vuelta. Quería viajar al pasado y, quizá, un poco más allá.
Tic-tac, tic, tac. Paso a paso más lento que un segundo.
Las horas se transformaron en años, los días en siglos y así pasaron los meses sin llegar a ningún lado. Tal parece que ya no hay modo de echar el tiempo atrás.
Cansado, viejo, con las patas hinchadas, se detuvo a contemplar las costras de su dedos. Cada costra era un minuto gastado en tratar de regresar el tiempo sin ningún resultado.
Luego de pasar un buen rato pensando, se incorporó y miró hacia el frente: «Si no hay marcha atrás entonces lo mejor será caminar hacia adelante».
El dinosaurio con sus costras, sus patas hinchadas y aún con la idea de vivir en el pasado retomó el camino hacia el futuro, uno que no existe, que no conoce y que tal vez nunca vivirá.