Palabras que no se pueden decir, que se quedan en silencio.
Quieres decirle que te agota el pensamiento, que sientes espasmos en el estómago, que quieres más… pero está prohibido.
Guardas el secreto muy profundo en tus pulmones, en donde se desgarrará y pudrirá hasta que muera todo el cuerpo, porque no debes, porque eso, tal vez, ya se lo has dicho a alguien más en el pasado.
Pasa más seguido de lo que quisieras, el menos una vez cada 7 años; no lo esperabas, es un golpe de humo inesperado que aspiras y se te antoja, como cuando estás en un lugar en el que no está permitido fumar y de pronto, de la nada, te llega el rastro del tabaco que alguien más está fumando afuera.
Y así nos vamos, de charla en charla, de cigarro en cigarro; lo mucho que tenemos en común, lo lejos que estamos de pasárnoslo de labio a labio. Tus manos tan frías, mis manos tan rotas. Tus ojos me siguen diciendo cosas, cosas que queremos hacer cuando sólo somos tú y yo. Y pierdo la concentración.
Nos divertimos disimulando, creyendo que no sabemos de lo que estamos hablando cuando está claro: si fuera el momento, si fueras tú y no fuera yo, o si fuera yo hace tiempo con un poco menos de historia, entonces seríamos los dos.
Hoy, solo nos queda seguir compartiendo el placer de fumar un cigarro en el jardín.