Todo brillaba en la ilusión y la simulación, lo siniestro no asomaba, sólo el terror del ogro y ese cuento de que muchas lágrimas derramadas podrían hincharlo hasta alcanzar proporciones monstruosas, inflarse hasta robarme el aliento y matarme de asfixia; sin aire, una mortal inundación. Pero no eran más que cuentos, pesadillas y desvelos intermitentes: aguardaba en la noche la mirada cálida de mi madre y sus mágicas palabras, que pintaban un mundo hospitalario y colorido. Hoy no puedo sonreír al recordar esta calidez: no eran más que ficciones. Hoy, los decorados infantiles viven amenazados por una luz que hará arder las artes del engaño. Arrojaré el bastón y arrancaré la máscara de mi piel, ahora que la realidad se muestra inclemente, antártica y polar: mis ojos helados por esa oquedad que habita toda existencia, esa caducidad que marchita. Soltaré el bastón y la gravedad ilusoria, y me hundiré: clavaré los pies en la nieve.