Dicen que se necesita lo equivalente a un grano de sal del veneno de una medusa para terminar con una vida humana. No con la de Clara.
La noche que Clara salió a nadar era una noche rara: había luna llena y los astrólogos pronosticaban lluvia de estrellas. Decidió quitarse el bañador y entrar al agua, aun a pesar de la marea alta. Nadó hasta perder de vista la orilla. Triste porque Rodrigo ya no la quería, intentaba dejarse al olvido, desvanecerse en la espuma.
Sin temor se acostó boca arriba y se quedó flotando mientras las olas la balanceaban. De pronto sintió caliente el cuerpo: algo había perturbado su relajado camino hacia la muerte. Al incorporarse miró a su alrededor y el mar brillaba, como si focos de neón iluminaran el fondo. Asustada, intentó encaminarse hacia la costa. Era demasiado tarde.
Clara comenzó a decolorarse, su cuerpo se puso transparente y sus pies… ya no tenía pies. La corriente comenzó a arrastrarla a mar abierto hasta que se hundió. Clara nunca apareció.
Un buen día, Rodrigo y su novia nueva decidieron ir al mar. En el momento que ambos pisaron el agua, una fuerte corriente comenzó a jalarlos. Una luz brillante comenzó a formarse debajo de sus pies, los cuales se fueron enredando en lo que parecían algas de color coral. En dos segundos quedaron cubiertos de hilos rojos. Les ardía el cuerpo y, con la fuerza de una ballena, fueron succionados por el mar.
Todos dicen que fue Clara, quien una noche de estrellas fugaces decidió nadar en el mar junto a las medusas que, celosas de su belleza, decidieron quedársela y usar sus cabellos venenosos para cazar.
Su cuerpo luminoso puede verse si la noche lo permite. Clara brilla y resplandece con una belleza que nunca antes poseyó. Sólo que ahora es transparente, carnívora, carece de esqueleto, cerebro y corazón.
