Dos pesos, pinche ruco mamón. Ni lo de las bolsas. Dos carritos llenos de chingaderas y me sale con «no traigo cambio, mijo». Mijo su pinche madre. Gracias a dios yo no tengo un jefe tan marro como este wey. Mi papá a todo mundo (tragafuegos, malabares, mimos, limpia vidrios) le anda dando los tres o hasta cinco varos en cada esquina, quesque porque «es su chamba». Luego no trae para el estacionamiento, pero le encanta darle a los pinches vienevienes… Y este culero me sale con «mijo».
¿Qué creen, que uno está aquí nomás porque no tiene nada que hacer? Pues claro que me gustaría estar en el cantón viendo la tele o nomás rascándome los huevos, pero ahí están los jefes con el pedo de que ya no alcanza. Todavía a mi carnal el mayor le tocó pa’ los peseros hasta que estuvo en la universidad, pero a mí ya nel. Igual tienen razón, ya hasta mi jefe dejó el juego.
Dos méndigos pesos, y ya casi se acaba mi media hora y a descansar otra media. Así hasta que lleguen los pinches abuelos que, ¡puta madre!, hasta de a diez les dan porque ya no pueden ni con su vida. Pero eso sí, nosotros acomodamos carritos y hasta nos ponen a regresar a su lugar las chingaderas que todo mundo deja en las cajas. Si no van a comprarlo ¿para qué carajos lo meten al carrito? Primero se sienten muy chingones y ya en la caja están iguales de jodidos que uno.
Pero va, ahí viene otro ruco con dos carritos. A ver si este no me sale con el «ai pa’ l’otra», o «te lo debo», porque sí le miento su madre.