Skip to content

La sentencia

Era su piel de esas caricias que apenas se sienten alguna vez en la vida, una textura que despierta esos deseos ante los que estamos indefensos, que no pueden controlarse, que son una sentencia.

Bastó el roce clandestino, torpe y ciego, de ojos cerrados y calor vivo. El tacto fino de los dedos que descifraban los bordes perfectos de un cuerpo desdibujado, adivinando la curvatura de piel firme y suave.

Y es que no era una casualidad, ambos estaban allí porque decidieron escapar en el cuerpo del otro. Vivir el riesgo de encontrar aquello que no buscaban.

Él se acercó con las manos extendidas y se encontró con unos hombros expuestos, ella cerró los ojos y se subió a los brazos del vértigo. Dejó que la recorrieran unos dedos sin origen ni más destino que el goce. Imaginaba su cuerpo como una constelación eléctrica que viajaba al interior de todas las arterias.

No supo cuánto tiempo estuvo en ese trance, abrió los ojos en vano cuando dejó de sentir el calor sobre la piel de sus pechos. La negrura de la habitación ocultaba cualquier forma posible.

Abrió la puerta, el bar reventaba entre música y gente. Adentro, en el cuarto oscuro, se habían quedado el vértigo y esas caricias ineludibles que son una sentencia. 

Loading
Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Obtuvo el premio José Emilio Pacheco, en el área de poesía, así como la beca Edmundo Valadés para publicaciones independientes, en 2004, 2005 y 2009. Actualmente es editor de la gaceta de literatura y gráfica Literal, y de sus distintas colecciones.
Ilustradora. Soy un pedazo de circunstancia mutante.
Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

La pared sigue en pie

Ciudad

Me quité la camisa más temprano hoy. Sólo quería llegar a casa y empezar a descansar del maldito día, de sus estúpidas horas…

Reírse a la cara

Vergüenza

Frente al espejo, todo puede salir mal. Puede, porque hay espacio. Lo respetable del error es verme a la cara. Y ahí, de…

Volver arriba