Ella era como un sueño, con su cabello liso, rubio, su cara angelical, su piel suave. Eras demasiado tímido como para hablarle, además su mejor amiga siempre te había despreciado y el día en que intentaste acercarte ella lo impidió. En los ratos de ocio en tu casa encontraste un libro de hechizos y creíste encontrar el que era perfecto para ti, para controlar el corazón de una chica. Hiciste todos los pasos y recitaste todas las palabras a la luz de la luna menguante, murmuraste sobre el agua de una palangana, el suelo se impregnó de cicatrices hechas de cenizas. Sólo tuviste que juntarlas y esparcirlas en su banco sin que se notaran y para el recreo ya algo había cambiado en ella. A la hora de entrar al salón ella no dejaba de voltear a mirarte. Te pusiste nervioso y no desviabas la vista de tu libreta. Cerraste los ojos, te viste a ti mismo a través de sus ojos. Sentiste miedo.
A la hora de la salida se te perdió, ella estaba con su mejor amiga. Cerraste los ojos nuevamente y viste a su amiga, su cabello rizado y negro azabache. Sentiste su aroma cercano y viste sus ojos oscuros a punto del llanto, sus labios carnosos que parecían moverse con otra magia más poderosa. Sentiste tu corazón palpitar entre dos mundos diferentes e insondables. Entonces comprendiste todo. Volteaste. Te viste a ti mismo con los ojos cerrados. Un chico te empujó, caíste como un muñeco de trapo. Regresaste a ver los cabellos rizados. Te encogiste de hombros. Sí, habías comprendido que ellas dos se amaban y tú… tú te quedarías en ese cuerpo para siempre.
