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Carmesí

“El color carmesí corresponde específicamente a la coloración del polvo que resultaba de triturar los cuerpos secos […]”

 

Abrió la puerta de la habitación. Enmascarado y silente, como siempre, previendo que su presencia pudiera ser sentida. Con sigilo, mendigaba tiempo al destino. Pensaba que podría decidir —de lograr ganar el duelo, con un disparo rápido y penetrante de su mirada— si dejaba que la atmósfera de adentro lo atrapara o si mejor clausuraba el acceso y volvía hacia el futuro.

La visión lo encadenó y su cuerpo fue herido al instante, tan pronto llegó a sus ojos esa descarga de luz carmesí que rebotaba en el prístino mármol. Allí estaba ella. La misma de siempre, encadenada en el mismo lugar. Teñida de su tintura preferida, tintura de sangre deslavada por el sudor frío de su angustia, de púrpura concentrado por días lastrados de desesperanza. Enlutada por esos óvulos sin porvenir que estallaban infecundos.

Había sido un manantial de sangre. Con el tiempo se fue secando y su tintura, tanto más intensa. La sangre, poco a poco, dejaba de correr.

Una semilla sin savia. Él, sediento de sangre e inundado de culpa, no resistía su deseo. Gozaba verter su semen en esa tintura de estirpe maldita, destilaban juntos un luto terrible en el que se unían sin consecuencias, en la aversión de la existencia y ante un final certero: la muerte. Mataban en cada instante todas las posibilidades como se mata el tiempo.

Nada les sobreviviría.

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Escritor. Sirocco es una agitación, un temblor, viene del desierto y de la mar. Susurra su camino al oído de la arena, allí deja su huella y presagia vida, pues en su camino respira el agua y le regala oleaje. Sirocco es movimiento, grito del silencio, fértil aridez que acoge las voces de todo, animado con su aliento. Así la tinta, como Sirocco en la arena, deja rastro. Sirocco un viento marino que escribe en el papel de las aguas, revela los trazos de la vitalidad, esa sorpresa del ojo ante el resplandor del rayo que penetra la espesura de la tormenta de arena; recuerda que hay que respirar, detenerse, ver y sentir, para seguir… Con la tinta, el barco ancla, se detiene en la mar, y llega a la luz el fondo; a veces, el surco sacude como un temblor y con la fuerza de un naufragio lleva a profundidades oscuras, donde habitan desconocidos seres marinos, terribles e inmemoriales. Sirocco es un nombre para la escritura de agua y arena, un nombre para ese rumor de trazos, en el sendero de la ventisca; Ella es un modo de conciencia, un caudal de sensación que se hace imagen. Por Él, ese viento del desierto, la arena se humedece de sal y la tierra transfigura semillas: magia alquímica, de metamorfosis y transmutaciones.
Tras ganar su primer premio en efectivo, cambiarlo por brandy y cerveza y beberlos con sus rivales, descubrió su pasión por las letras y que la sopa en realidad sí es un buen alimento ...
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