He visto a mi letra cambiar de formas y de estilos una infinidad de ocasiones. La diversidad que alcanza una sola de mis eles o de mis úes es, dirían los grafólogos, tremendamente cuestionable, aunque prefiero decir, en su lugar: “profundamente expresiva”. Habrá detrás de estas variaciones diferentes motivos emocionales o de otro tipo, a pesar de que en la mayoría de los casos, una letra ni siquiera alcance a poseer un significado inteligible. ¿Qué podría decirle a cualquier lector una solitaria ele mal trazada, o incluso, si se prefiere, una erguida y elegante? En ocasiones llego a pensar que esto es un defecto mío, no sé por qué. Pero en su obra percibo algo totalmente distinto: todos los trazos me parecen tan semejantes entre sí… Pongamos por ejemplo una ese cualquiera en mis escritos. En un buen día quizá yerga una S tan mayúscula como me sea posible; en un día helado podría, tal vez, trazar con empacho una s más acolchonada y cubierta de sí misma. Sin embargo, en su obra, los rostros son tan rostros, los brazos no pueden confundirse sino uno con otro. Ese copo de nieve por corazón es claramente un copo. Me pregunto, Jeavi, si todas estas modificaciones en mi caligrafía son producto de mis dudas, de mis inseguridades al trazar sobre el papel una letra que bien podría ser cualquier otra, una palabra que tal vez no esté diciendo lo que quiero que diga. Pero, sobre todo, le pregunto: ¿será que sabe usted algo que el resto de nosotros ignoramos y que le tiene tan seguro de sus trazos, tan afianzado a sus formas?