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C L A R O

Y me pregunto por qué no habla.
«Los dioses no hablan», dice.
Sus voces de casa, abismo colgado,
cabeza de sangre.

Conversar usa el tiempo puro
donde brotan los regresos,
los cuartos, las plazas,
los esqueletos, los muros.

Conversar afuera al tiempo puro,
con dedos, con lengua.
Comenzar de noche.

El abismo es un claro
de tiempo desnudo,
un habla de borradores.

Mudos, entre nuestras claridades.
Vivos, al comienzo del mundo.

 

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Me enseñaron a escribir y a contar desde los tres años con ayuda de naipes, corcholatas de colores y revistas de ciencia.

Mi televisión (de esas grandotas de madera ) no se veía, así que tenía que imaginarme lo que sucedía adentro, ¡oh imaginación!

La poesía es como un sol, adentro, único y salvado: respirar de sus manos amigas, como de pájaros azules que se vuelan por el cráneo, pisar el pasto seco y el aroma acuarela de los mercados, decir con sus jaulas las negras olas desnudas que me toman por el brazo; el sol ondula por encima, como un pálido disco blanco enjuagado. Cuando no trabajo en mi laboratorio me gusta salir a caminar mucho y visitar el océano, ¡ah! y los efectos psicodélicos de las guitarras jaguar.

Me gustan las puertas viejas y vencidas, los paseos sin sentido y el viento en la cara cuando voy en moto. No me gusta cortarme el cabello.

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