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Crónica de un corazón marchito

La desesperación me llevó a echarle agua. Pensaba que si las plantas volvían a la vida con un poco de líquido, mi marchito corazón también lo haría.

Intenté por todos los medios que bebiera, que dejara de verse azul. Esperé. Nada sucedió.

De pronto todo mi cuerpo comenzó a desvanecerse y el hoyo que tenía en el pecho me empezó a doler. Faltaba muy poco para dejar de respirar. Una vez más lo regué y mientras las gotas caían por aquel músculo fibroso casi sin vida, imaginaba que no hacía falta tenerlo afuera o adentro mientras siguiera latiendo. Quería sentir tan sólo una ligera contracción.

Me quedé callada, viéndolo y esperando una señal, algo que me indicara que estaba punto de empezar a palpitar de nuevo. Todo parecía inútil y cada vez más sangre me salía de aquel hueco. Las manos entumecidas parecían no poder aguantar por mucho tiempo.

Me encomendé al olvido, a la agonía. La vida no es vida sin un corazón fuerte.

Y es que ya estoy cansada, cansada de sostenerlo, de ver cómo poco a poco deja de ser mío. Por mucho tiempo traté de mantenerlo caliente, pero ya se me acabó la esperanza y ni el agua ni una transfusión lo harán volver a sentir.

Mi corazón, oficialmente, ha dejado de latir.

Tiempo de muerte: 23:19.

 

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Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris. La Avinchuela mágica.
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