Derramarnos en vaso sin labios
a pesar de la sequía de las almas
es verter sin salpicar,
transvasar sin recipiente
o transfundir sin venas.
Siempre habrá
lágrimas sin dueño
en voz de lluvia
e imposibles mares
entre las manos.
Es mejor escanciar el silencio
y beberse el infinito,
para cuando el alma transmute
lo etéreo en líquido.
