–¿Pero por qué no te vas a la mierda Gregorio? –Así inicia la conversación que sostendrá Aviv Linder con Gregorio Ramírez esa noche después del concierto–. Ya estoy hasta el huevo de tus infidelidades, sos un hijo de mil… –Gregorio Ramírez le pone un dedo en la boca a su compañero en un intento de silenciar cualquier palabrota y provocando que Linder se sienta seducido de alguna manera– Dime, ¿qué coños hacías en el baño mientras yo esperaba con los dos martinis en mi mano como una pendeja, eh? –preguntó Linder con fuego en los ojos.
–Ay, no seas exagerada, me encontré a León Larregui en el baño y estuvimos platicando de ti. Es más, te manda esto. –Gregorio sacó de la bolsa de su ajustado pantalón un saquito transparente lleno de polvo blanco y Aviv sonrió cerrando los ojos como lo hace un borracho después de orinar.
–¡Ay bueno, ya! Ven, dame un beso, vamos al baño. –A ambos se les hacía agua la canoa y con un trote apresurado lleno de ansia se encerraron en el baño de chicos y se quitaron las camisas de leñador–. Estoy harto de esto, ¿cuándo vas a salir del closet? –dijo Aviv en tono casi inaudible.
–¿Qué dijiste? –preguntó Gregorio haciéndose el sordo, mientras aspiraba una línea de polvosa efervescencia.
–Ash, nada, es que nunca podemos besarnos en público, nada más.
–¡Ay!, eres un tonto, a ver, dame eso. –Gregorio metió la mano y comenzó a frotar el promontorio de Linder al mismo tiempo que se acordaba de llegar temprano a su casa, pues al día siguiente llevaría a sus hijos y a su esposa a la matiné.