Si bien el maquillarse constituía todo un ritual, delinearse los ojos tenía un valor especial. Era aquel punto en donde sus dos vidas dejaban de ser veredas separadas para unirse en un solo camino. Tenía especial cuidado de utilizar un lápiz que sirviera tanto para hacer complicadas ecuaciones como para remarcar de manera provocadora el azul profundo de sus ojos.
Pensaba a menudo en esta bifurcación de realidades. Muchas veces al ser penetrada con violencia y desesperación venía a su mente la solución a ese problema matemático que tenía días sin resolver. A veces llegaba en medio de un orgasmo. En esos momentos se abandonaba a sí misma en el éxtasis no del placer corporal, sino de haber encontrado esa escurridiza respuesta.
No le sucedía con todos los clientes, sólo con aquellos que la trataban con cuidado o que tenían cierta fijación con su cuerpo. Recordaba la ocasión en la que un cliente había eyaculado en sus pies porque en ese instante su mente, como por arte de magia, comprendió de manera precisa lo que había escuchado de su profesor unas horas antes. Justificaba el hecho de ser una puta fina con el argumento de que eso pagaba sus estudios, el alquiler y la comida pero, siendo francos, disfrutaba estudiar para un examen de estadística tanto como sentir entre sus labios la eyaculación espesa y viscosa del cliente en turno.
Descubría tantas cosas de sí misma en las matemáticas como cuando abría las piernas por dinero, así que no veía ninguna razón de peso para renunciar.