He alzado el vuelo entre millares de cerillos a medio prender, a medio asfixiar, y he creído que amanecía de un dulce color naranja.
Mi ciudad de iluminaciones, de fantasmas que van al mercado con sus túnicas de domingo; me elevan sobre y más allá de la víbora sagrada. «¡Hey! Mira, desde aquí, mis uñas infantiles son ya una semana de colores».
Soy tu ciudad perdida, el hedor putrefacto de cenizas. Desnuda ante mis fornicaciones levantas tus banderas.
Soy tu ciudad edificada con tus ejecuciones, en cucharas de plata y gritando a las plazas públicas. ¡La ciudad loca está gritando!
Traigo las flores nuevas de una ciudad inundada. ¡Delirio! Soy tu esposa, la religión triunfante.
Ofrécele tu mano traicionera, tu sexo de miel, ofrécele a tu sagrada imagen tus cosechas, tus quejas por la mañana, la resaca, el baño más limpio de la ciudad, con mármoles lustrosos y una cara hermosa a la hora del sexo. ¡El santo cuerpo de Cristo me provocó un hambre atroz! Me duele todo este rebaño.
Sellamos el libro con besos para que cuando los perros lo olfateen no nos aprisionen en sus hospitales de gigantes iluminados. ¡Este infierno me hace mierda divina! Y Putin va a la cabeza meneando las narices. Somos bosques de ciudades que crecen sobre las ruinas. El germen de la carne. Las larvas en los zopilotes que despegan a tutearse con las nubes para luego regresar al infierno benditas, al subterráneo donde somos dioses menores. El país está en marcha, se despide del régimen con una canción feminista.