Vinieron: me están buscando. Escucho mi nombre aunque me rodea el silencio. Sólo se oyen algunos de mis movimientos: cuando prendo un cigarro o destapo una botella. Cuando respiro. A momentos oigo mi corazón: la vena de la ingle, la de mi muñeca, la de mi tobillo. Pero la que más sobresale es la de mi sien, la veo latir frente al espejo mientras no atino a entender de quién es ese rostro, esos ojos ya vacíos, esos labios resecos y esa frente surcada como por un estigma.
Ya no importa si es de día o de noche, se han detenido los relojes: los de sol, los de luna. Agotada está la arena de los desiertos, las aguas ya no tienen cauce.
He abandonado el mundo, me dejé ir, me escondí aquí cerca, a la vuelta de unos oídos sordos, de una lengua en agonía, aquí entre mis manos donde no me encontrarán.