Blanca mañana.
Era primavera cuando comenzó con aquel malestar autodiagnosticado como ‘alergia matutina’: un moco tipo agua con el que su nariz revela cierta ausencia. Un año atrás toda ella estaba impregnada de él.
Noche gris.
Desde que es otro el meridiano con el que amanece, él tapa espejos para poder dormir. Es a la medianoche cuando su corazón se acelera porque recuerda que era ella la que, a siete horas de diferencia, estaría reflejando su lúcida silueta.
Rosa atardecer.
Él estaba hecho de aromas y ella, de colores. Cuando se conocieron ella era de un lila intenso, mientras que él desprendía un olor a uvas y madera del atardecer.
Ayer a/s/z/ulado.
No se dieron cuenta cuando fue la última noche. Se quedaron dormidos, aunque había algo en esas paredes que les recordaba la fragilidad del instante. Los destellos violetas en el espejo se fueron, sólo se reflejaba la oscuridad de la noche. En la ropa ya no estaba el murmullo de su aroma, sólo el de sábanas y ropa de dormir. Las historias se arremolinaron entre sueños para que al amanecer sólo asumieran el final.
Jet lag.
Esa mañana él decidió desempolvar su identidad y regresar a casa del otro lado del mundo, mientras que ella sigue buscando en otros ese olor a misterio.