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En el mundo, las manos…

Tiene el mundo en sus manos. Todo a su alcance. Ellas son el negativo para cualquier textura, en su epidermis se imprimen todos los detalles y se graba el secreto más recóndito de los contactos: los laberintos ásperos, plenos de bruma, se transforman en tersos cristales.

Dice el vidente, al que sigo todo el día desde mi ventana y que suspira cada mañana con el amanecer, que la ceguera es un problema para aquellos que creen que ven, que se consideran sanos de cataratas y glaucomas.

En realidad, la caricia de la luz destella y despierta los ojos desde adentro. Sólo entonces las sombras responden y el mundo habla. No es el ojo una mano que va hacia el mundo para apresarlo; es la luz que nos golpea la emulsión que desvela y hace trazos en el cristalino. Nuestros ojos son un desierto de arena, es preciso que algo venga hacia ellos y los acaricie, es preciso que alguien los camine.

Las sombras hablan a pesar de la aspereza.

Sólo ve quien no teme la noche de los párpados.

Texturas de luces y sombras

igual

hacen

huellas.

 

Escritor. Sirocco es una agitación, un temblor, viene del desierto y de la mar. Susurra su camino al oído de la arena, allí deja su huella y presagia vida, pues en su camino respira el agua y le regala oleaje. Sirocco es movimiento, grito del silencio, fértil aridez que acoge las voces de todo, animado con su aliento.

Así la tinta, como Sirocco en la arena, deja rastro. Sirocco un viento marino que escribe en el papel de las aguas, revela los trazos de la vitalidad, esa sorpresa del ojo ante el resplandor del rayo que penetra la espesura de la tormenta de arena; recuerda que hay que respirar, detenerse, ver y sentir, para seguir…

Con la tinta, el barco ancla, se detiene en la mar, y llega a la luz el fondo; a veces, el surco sacude como un temblor y con la fuerza de un naufragio lleva a profundidades oscuras, donde habitan desconocidos seres marinos, terribles e inmemoriales.

Sirocco es un nombre para la escritura de agua y arena, un nombre para ese rumor de trazos, en el sendero de la ventisca; Ella es un modo de conciencia, un caudal de sensación que se hace imagen. Por Él, ese viento del desierto, la arena se humedece de sal y la tierra transfigura semillas: magia alquímica, de metamorfosis y transmutaciones.

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