Skip to content

En lo hondo

Ahí los veía venir, ahí venían todos, todos esos recuerdos que se encontraban su escondrijo entre las manadas de tonterías del diario. Y ahí venían y los veía venir, apuntando justo a la frente, porque sabían que por ahí entraban y podían merodear hasta bajarle a los hombros y escurrírsele a la espalda y el pecho. Y ahí se quedaban hasta que le empañaban los pulmones. Ahí los guarda ahora Magdalenita, ahí los guarda, y no lo sabe.

Porque aquella muchachita le habrá quebrado hasta los huesos de tanto hacerla llorar y tanto dejarla sola, pero los recuerdos encontraron su camino y rellenaron las fisuras como cal finita. Ahora se hacen viejos y se resecan y se vuelven rencor, y entonces la muchachita se desdibuja, duele aquí y allá, cansa, pesa, pero también se endurece.

Esos huesos duros, los de Magdalenita, ahora se reconocen fácil: les saltan las cicatrices como peñascos en el monte. Ahí se les ve en ese lago de osamentas, junto a ese incendio horroroso. Esa es Magdalenita, nítida como ninguna, aunque comparta la poza con los demás descascarados.

Escritor. Lugar común: perfil obsesivo compulsivo, pero es cierto y útil en producción editorial. Editor, traductor, corrector de estilo.

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

Con mis manos en la cruz

Sorpresa

Hay un siseo cansado que patea con fuerza la tranquilidad del vacío. Mi fe agoniza en sus cenizas grises. Brota el día y…

Recorrido nocturno

Ciudad

Todas las noches salgo a caminar desnudo, con los pies helados que van dejando huellas de sangre sobre el asfalto de lija. En…

Volver arriba