Se ejerce todo el tiempo. Sin esta acción el mundo sería un caos magnífico y absolutamente inhóspito y, sin duda, el anarquismo reinaría en su máxima expresión. Algunas personas ejercen esta acción con prepotencia mientras otras son demasiado blandas, y raramente puede lograrse el equilibrio perfecto. Todos y cada uno de nuestros actos, emociones y deseos, deben pasar por el tamiz de su ojo inspector. Esta palabrita, apenas de siete letras, la hemos utilizado muchas veces sin pensar a fondo en lo mucho que afecta, tanto para bien como para mal. Bien aplicada, nos sirve para mantener el orden en todos los aspectos de nuestra vida pero, utilizada de forma opresora, se convierte en la principal herramienta en contra de nuestras libertades más esenciales. Si nuestras emociones y acciones no fueran sometidas a sus reglas, no serían suficientes las cárceles para contenernos a todos. Pero si utilizáramos su función con absoluta precisión, nos convertiríamos en seres robotizados. Podría decirse que es una palabra positiva y negativa, y que muy fácilmente puede pasar de un parámetro a otro. De forma asertiva es el equilibrio, lo proporcionado y armónico; pero de forma contraria es censura, condena o prohibición. Y, cuando se pierde, puede llevarnos al mayor de los goces o a la más profunda de las lamentaciones.
