1, 2, 3. Respira. Si dejas que el aire pase, flotarás. 1, 2, 3. En tu mano la sensación de pétalos de flores silvestres, las mismas que cuando niño te cosquilleaban las palmas. ¿Las recuerdas? Ve a ese momento, esa sensación vieja te llena. 1, 2, 3. Respira. Llega a ese lugar de calma y mira lo que hay. 1, 2, 3. Los árboles, la brisa, el aire, lo invisible de las cosas, los huecos que dejan en calma, la poca presencia, lo mucho y lo poco. 1, 2, 3. Lo puedes ver todo. Respira. Sé que mezclas los recuerdos, es lo que pasa en esta etapa. Haces un collage de todo lo que alguna vez viste con lo que querías o de lo que te contaron con lo que no supiste. Lo sé. Los huecos se van acabando poco a poco y la mente está demasiado llena. 1, 2, 3. Respira. El espacio se te acaba, el interior es todo exterior y afuera nada. 1, 2, 3. Lo que sigue es que la mente invade el cuerpo, una metástasis de recuerdos que contaminan las sensaciones y las provocan. Una ira de sentir. Una avalancha. 1, 2, 3. Respira. Piensas el campo y sientes comida, muerdes las sábanas. Imaginas involuntariamente partes de tu vida, una cascada en la que cada gota es un recuerdo. Y muchos de ellos no son tuyos. 1, 2, 3. Ahora estás en ahí, ¿no? En aquel viaje a la playa donde no nos conocimos. Ahí, donde las olas te arrastraron a la cicatriz de tu frente. 1, 2, 3. Respira. Confiamos en este bisturí, en estos paliativos de lo inevitable encapsulados en colores naranja y azul, dulcecitos que cubren las amarguras. Paliativos de 1, 2, 3. Respira. 1, 2,