Cuentan de un planeta llamado Platón donde la gente no tiene coloración en la piel ni en la ropa, tampoco el ecosistema. Los mares son blanco o negro y en vista panorámica todo se torna grisáceo.
El ánimo que impera entre sus habitantes es sombrío y cabizbajo, paciente y solitario, en espera de que algo suceda y cambie la percepción de las cosas.
Los platónicos esperan una deidad personal que llene de color sus días, una señal que con delicadeza les cambie el alma. Y así, en sincronía con alguien, percibir y revivir ese halo de sensaciones que solamente podría lograr el amor.
