Creí que en mi cuerpo se sostenía. Creí que por una vez «vida en común» comportaba un significado. Creía que siempre estaría abrazada a mí.
Y así fue nuestra vida durante el tiempo que fue. Con esta conversación más parca que aquélla, con esa mañana más rabiosa que la pasada. Con las estrecheces, la holgura; y de pronto, los abrazos ajenos. La vida que ronda sus ejes. Las cuerdas que orientan el camino. Siempre es posible creer que la vida en común tiene un solo rumbo.
Pero los ejes se doblan, las cuerdas se rompen, el abrazo se pierde, una rehúye y se desliza, allá donde no importa si la caricia y el beso son escasos, pero indudables. Bastó una vuelta de tuerca, solo una, y de a lento, de a poco, de a hilos se nos disolvió hasta el olvido.