Se llevó la mano a la cabeza: su tacto no percibió la humedad que deja una herida abierta.
Tenía la resaca de un golpe seco, estridente.
La vida se le partía en el hueso occipital.
Abrió los ojos: el frío inmovilizaba sus articulaciones; las gotas de agua subterránea reverberaban en el fondo de la penumbra. Ausencia de luz, o es eso a lo que le llaman oscuridad.
Giró el cuerpo para quedar boca arriba. Un agujero luminoso y lejano dilató sus pupilas.
Camina sobre la tabla, no mires hacia abajo; recuerda que así fue cuando perdió el equilibrio.
Se irguió con dificultad. Las piernas no lograron sostenerla de pie por mucho tiempo. Miró de nuevo la salida, allá arriba, distante.
El ascenso sería largo, pesado y con riesgo de caer de nuevo.