La luna esparce su polvo para inventar mi cuerpo. El tacto punzante de tus venas, con rasguños abre la piel a carne viva.
Recibo con vehemencia de tu boca el inolvidable sabor del vino tinto y de la alfombra la malicia con la que raspa mis piernas.
En la oscuridad pongo mi mano en tu pecho con cierto aire de deseo y una ardiente ansiedad de castigo. Escucho el sonido del vacío, asfixiante, lascivo.
Siento lentamente un temblor convulsivo que sin piedad hace presa a mi cuerpo y perturbo entre las horas los segundos de apasionados aromas que me envuelven cálidamente con la esencia de la atmósfera y pierdo entre las sombras el tedio del abismo.
¿Se puede castigar a lo que se ama?