Skip to content

Imelda

Saliste incólume sin que nadie te viera. Tienes la boca seca y te sabe a almendras; crece la sed, pero pesa más el cansancio. Al otro lado de la plaza, dos cuadras más adelante, te urge el beso de la regadera. Pero el mareo… y después las náuseas. No alcanzas a pensar, tan sólo entras a la pizzería.

El sol derrama sus sombras a tus pies. Hace calor; pides un vaso de agua mineral y limón. Las nubes marchan hacia el centro del cielo, pero el sol las mantiene a raya. El mantel te roza las rodillas, y sientes que las sienes tiemblan. El vaso rebosa, el hielo baila bajo sus bordes. La ansiedad se arroja sobre la mesa apenas se acerca el mesero.

Apuras el vaso, Imelda, justo cuando tu mirada se nubla y se te entumen las manos. Sientes cada trago escurriéndose, lavándote garganta y pecho. Pero ya de nada sirve. Los bordes brocados del mantel se estiran sobre tus ojos.

 

 

Escritor. Lugar común: perfil obsesivo compulsivo, pero es cierto y útil en producción editorial. Editor, traductor, corrector de estilo.

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

Cada noche es una aventura en mi ciudad

Ciudad

Mientras camino por la banqueta me doy cuenta de que alguien me sigue. Trato de aflojar el auricular que traigo puesto ­­(siempre el…

Mujer metrópoli

Ciudad

Eran otros tiempos, o quizá fue que yo era otra; ser vivo entre los vivos, llama fatua queriendo vivir a costa de lo…

La tisana de Luisa

Tempestad

Dejó de llorar cuando le quedaban doce lágrimas para secarse por completo. Días después de ver como moría cada uno de sus recuerdos,…

Volver arriba