Se dice que revivir a los organismos muertos es una improbabilidad. No es que los humanos lo estemos, o al menos no clínicamente. Y si es que hay un impedimento de índole orgánico, nuestras extremidades superiores reaccionan con estímulos tecnológicos. Basta estar conectados a una red o mover los dedos en un teclado táctil para saber lo que sucede en el mundo. Solo hay que desplazar las noticias en la pantalla, hacia abajo, de manera infinita.
Quizás nuestro corazón bombea sangre de manera aislada. Emite latidos a través de un mecanismo artificial que el cerebro no detecta. Existe la probabilidad de que haya dejado de recibir sus señales emotivas y de crear empatía en sus centros afectivos.
Pero no estamos muertos, no.
Nos convertimos en imposibilidad biológica, tal vez.