El doctor la miró por unos instantes y notó los nervios de su paciente, quien ya estaba sentada en el sillón del consultorio con el pecho desnudo. Sólo era cosa de alentarla con palabras de seguridad. Se tomó un tiempo para asir una de sus manos y decirle: piensa que sólo se trata de un proceso físico. A tu instalación eléctrica aún le quedan siete u ocho años de vida, pero tu filamento de wolframio ya está muy desgastado y hay que cambiarlo.
Lo sé, le respondió. Hace mucho tiempo que no emito luz. ¿Pero qué me dice de la incandescencia?, ¿corro algún riesgo de quemarme?
En lo absoluto. Lo único que sucederá es que tu calor corporal actuará sobre el wolframio. Dependiendo de las emociones que irradies serás luz anaranjada, luz blanca o –en el peor escenario– la bombilla no encenderá, aunque entiendo que no quieres continuar apagada, ¿cierto?
Ella sonrió, le devolvió la mirada y se abrió el compartimento del pecho.
No doctor, estoy cansada de la oscuridad. Así que cambie el foco de una maldita vez antes de que me arrepienta.