No me digas que siempre eres el mismo. Que el mismo que despierta junto a las deudas es el mismo que se duerme con otras tantas. Es mentira que jures que ese mismo que mienta madres detrás del volante o junto a decenas de personas en el metro, no es otro más que el pinche bien portado que paga la cuenta, abre la puerta y hasta se aguanta los pedos.
No me digas que no Don Correcto, no me niegues que no te dan ganas de ser tú las veinticuatro horas del día; que no deseas quedarte tirado frente a la computadora leyendo la bola de mamadas que escriben tú y tus amigos y los periodistas y los articulistas y todos los mentirosos del mundo. No me digas que no te mueres por cerrar el changarro, de botar el instrumento, de bajarte del taxi, de tirar la matrícula del AFORE, de volver a la incertidumbre de la juventud que te hacía sentir realmente útil.
No me vengas con que es viernecito, o que está a toda madre el tráfico en quincena, o que ser chilango es a toda madre, si en el pinche metro y la oficina se te va la vida. No te avergüences de eso que nos da tristeza a todos, no eres el único que no tiene la certeza de qué va a hacer mañana, que no sabe si tendrá para pagar las deudas el próximo mes. Tampoco yo sé si me alcance para internarme cuando me rompa una pierna echando la cáscara, tampoco yo sé si vale la pena comprar más espejos.