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Irse al humo

Los ojos bien abiertos aunque piquen, así es cada vez: un ardor que hace que sientas lo redondo de los ojos. Empezamos por ahí, por saber lo redondo. Casi de inmediato viene una expansión de las fosas nasales y tener las narices atentas. De tan anchas que se hacen, abres la boca y entra un sabor del aire. Los recuerdos más graves aparecen haciendo líneas en toda la cara.

Los oídos se cierran y aparece el sonido del humo. Como cuando te pegas el caracol a la oreja y oyes las olas. Aquí oyes las serpientes de humo que flotan en el aire. Es un momento de cabeza hueca. Y el cuerpo en un instante se desvanece.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.

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