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Jota

Me pego la taza de café caliente al pecho. Calentar la congoja, que al menos al tacto haya algún indicio de lo confortable. La congoja —esta, la mía— suena como si fuera una especie de escarabajo, algún bicho que en su nombre corriente y en su denominación latina tiene muchas jotas. Es la fonética de la jota lo que hace que la congoja sea ahora tan grande, tan dura, tan insoportable. Recargo la taza caliente de café sobre mi pecho. Ese calor sostiene a la jota. Sobre la jota se columpia la memoria. Voy y vengo en su vaivén y no salgo de ahí. La jota, la maldita jota. Se me atora la voz de la jota en la garganta. Es un carraspeo interminable. Con la jota viene tu nombre tu nombre me raspa como la jota. Es el resoplido de un monstruo oscuro la jota. Jadeo de tanta jota que traigo dentro me ahogo.

En la cola de la jota se baraja el mundo. La parte baja de la jota es donde duermen los destinos de las personas. Es una cuneta entre letras, un barranco de sentido que amenaza por debajo de cada renglón donde aparece. La jota y su resabio amargo, su flacura y su sombrero. La jota interminable letra sin vocal sonido de gruñido vibración seca en el fondo del paladar salida de aire por una cueva siniestra de los dientes sonido ancestral que evoca un pasado silente que no silba que rasga y deshoja la memoria.

 

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
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Tengo miedo de que algún día alguien me mire a los ojos, intenso; que más allá de la pupila logre ver mi interior…

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