Al final de este cuento el niño muere fusilado y sus padres, impotentes y ciegos por las lágrimas, escuchan el sonido seco del cuerpo encapuchado contra el cemento del patio. El padre, estoico por tradición, comprende por primera vez cómo las emociones vencen a la razón. Su mano aprieta la muñeca de su mujer y la fisura un instante después del disparo. La madre no siente el dolor pero para. Para de llorar, respirar y convulsionarse para clavar su disminuida visión en el cuerpo inerte de su hijo. Para y aguanta tantos segundos como puede, narcotizada por la esperanza de ver al niño levantarse, hablar o moverse siquiera un centímetro. Pero no se levanta, y el llanto desbocado regresa.
El comienzo del cuento es lindo: habla del niño y de sus padres. Relata de forma parsimoniosa la casa en que vivían y el inicio de los hechos. Vivían de 4 vacas y de las hortalizas. Eran pobres, creyentes y humildes. Valentín nació en primavera, creció como si siempre fuera verano y se estrelló contra el otoño.
Fue en un febrero que se dieron cuenta. Mientras Valentín sacaba de la casa una rata moribunda que recién había golpeado su padre, esta tomó vida, se sacudió liberándose del niño y desapareció en un abrir y cerrar de ojos debajo del horno. El milagro fue revelado, los padres agradecieron al Señor y al ser buenos samaritanos decidieron compartir su fortuna con los necesitados.