“La vida es un viaje en paracaídas
y no lo que tú quieres creer”
-Huidobro, Altazor
No es un ascenso, eso no es. Se asemeja a un salto en el vacío o a un paso que no encuentra tierra firme y es caída al abismo. Sí, ella se anuncia, mientras él se prepara para soltarse y dejarse caer.
La vida no es un ascenso y la muerte es quien se anuncia. Nacemos y empezamos ya a morir lentamente. La vida, en todo caso, si no se quiere creer que es un precipicio que espera hambriento en el fondo ni tampoco una penosa subida como la de Sísifo, será como dice el poeta: “un viaje en paracaídas”. Del cenit al nadir, de cima a sima: es el trazo de la vida. Ese es nuestro destino.
Los vendavales, siempre inminentes, amenazan el vuelo; despedazan nuestras alas y descendemos vertiginosamente hasta que algún motor nos salva de estrellarnos contra las rocas. Y sólo por un tiempo, del que no sabemos su duración, gravitamos y suspendemos la caída definitiva.
Cada día nos esperan mil muertes. Y así como se multiplican, la batalla se vuelve más enconada. Preciso es resistir a los imanes del oscuro precipicio con mil motores.
Nacemos y empezamos ya a morir lentamente. Vida y muerte corren juntas en el río del tiempo.
Mas es una verdad que en las lindes de la muerte la vida llama con más fuerza.
La vida no es un ascenso, no es un camino al progreso: es un descenso a lo profundo, un viaje de claroscuros.