Ahí la llevamos, joven, ¿qué más? Empiezo a las 5 de la mañana y a veces regreso a las 10 a la casa a echar unos huevos y café; pero si ando lejos, pues ya me chingo una torta o lo que sea. Los martes y jueves, por ejemplo, dejo a cuatro personas en la Central de abastos y ya me quedo en esa zona, para ir al cantón. Yo vivo sobre Zaragoza, cerca de Guelatao, pero ahí es un desmadre y tiro por viaje lo quieren chingar a uno las patrullas. La última vez, apenitas, hace dos semanas, me detiene una moto dizque por traer fundido el copete y le digo: «ay, pinche Supermán, si es de día ¿cómo sabes que no sirve? Déjate de mamadas y toma pa’ tu chesco».
Y así es como la rolamos, jefe, y quien le diga que esto no es negocio nomás es chillón o muy pendejo. Digo, si tienes que dar cuenta, sí es una chinga, pero a la larga te acostumbras –sin albur, joven, no le digo–. O sea, porque aunque uno pague cuenta pues no tiene que gastar en la nave, ni placas, ni tenencia, ni cuanta chingadera se le ocurre al gobierno. Ora sí que es una por otra, ¿o no?
Es como yo le digo a mi mujer: “andando en el taxi, no me ves en todo el día, ¿qué más quieres?”. El pedo es que ya van dos veces que me voy al hospital por las piedras. Ahí es donde uno se da cuenta qué tan pinches jodidos estamos. Ahí uno ve que nomás hay pobres, ricos y los mamalones de en medio que se sienten de la alta sociedad. Esos se suben y con el chingado teléfono ya ni saben dónde están. Yo digo, mejor chingarle, joven, ¿o no?