Porque los anhelos son la filosofía radiante del espíritu, formulan un carácter fabuloso del sentido; estimulan la voluptuosidad ante las formas. El árbol desorbita a la percepción, le crea un asenso. El agua incita al reposo y a las transparencias, es lo más parecido a la paz perceptiva, pero las altas mansiones aplacan a las explosiones imaginarias, les inyecta su anestesia gris. Se ve caer la nieve, la fuente es un círculo de hielo, un surtidor con la voz ronca.
Después de mucho abrir los ojos llegan las alucinaciones; el alma camina entre columnas nunca recorridas. El amanecer es una enorme telaraña entrando en su etapa de irisación; alucinar es sentir con los pies cubiertos un alargado sabor a venado muerto. La imaginación exhuma criaturas fértiles del cementerio de la forma; entonces hay que salir a lo real, hay que esperar…sólo en la locura se ve el pabellón ennegrecido por grandes espejos de ceniza, sólo allá se escucha el lamento de la esencia muerta.