Me quité la camisa más temprano hoy. Sólo quería llegar a casa y empezar a descansar del maldito día, de sus estúpidas horas corriendo una tras otra. Todas ellas sin importancia. Sólo quería llegar a casa. El sillón no estaba en la sala y no sé por qué. Tampoco importa, yo ya estoy sin camisa en el centro del departamento. Siempre he querido tener un cuarto y ya, una cocina y un baño. No necesito más espacio. Y el sillón no está. Mi tarde de descanso empieza normal: tomé la pintura roja y me dibujé los círculos concéntricos en el abdomen, justo debajo de los senos –ya ni siquiera necesito un espejo. Bull’s eye. Respiro profundo, trago saliva y me lanzo hacia la pared. Es mi encuentro preferido: el yeso dejando la piel tan blanca, arena vertical, comprimida, lista y para mí. Cada vez estoy más cerca de integrarme a ella, de que me absorba hasta derribarla, hasta derribarme con ella. Bull’s eye. Le veo ya las grietas, el cemento asomándose y me río de su fragilidad. Las costillas astilladas y las rodillas en el piso. Pero los círculos rojos vivos pegaditos en la pared. La pintura de mi piel transferida a la suya descarapelada. Mañana, después de las estúpidas horas, cuando sólo quiera llegar a casa, para derribarme todo.
Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
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