Skip to content

La pena de siempre

Todos creíamos que jugaba a ser ciego pero no, no era un juego. En el seminario, pronto nos contaron su historia.

Se le había pedido la fe más grande, la humildad más férrea; y entonces, un día, desesperado por su duda, acosado por su escepticismo, no pudo más y se sacó los ojos.

Dicen que ahora su fe es invencible, que acabó con zozobras, que mató al miedo.

Escritora. «Larga y ardua es la enseñanza por medio de la teoría, corta y eficaz por medio del ejemplo.» –Anónimo

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

El día final

Ansiedad

Todos uniformados, quietos y calladitos en su lugar. Martha se come las uñas. Francisco se suena la nariz. Lucía no deja de tocar…

Elevación

Comodidad

Un instante en tu mano me bastó para reconocerte. Unos minutos en los que el frío se desvaneció y reconocí los síntomas del…

Volver arriba