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La sombra bajo el mar

Qué cerca estuve de salvarte, de hincarme y besar tus manos.

Ese año en la playa creí descubrir quién eras, creí que conmigo estarías tranquila, que no te sería ya necesario huir ni sudar de angustia.

Eras tan hermosa, tan blanca y desmesurada. Tan fría. Desde que llegaste te estuve observando. Me habían advertido que ibas a descansar y a reponerte de cierta melancolía que se había tornado grave tristeza.

Sin embargo descubrí pronto la verdad. Descubrí que no eras una pobre mujer indefensa y sola y que estabas muy lejos de ser la atormentada doncella, presa de una traición irrefutable.

Esa cabaña de princesa en la que no encontraste respuestas era de tu padre, ese hombre protector y amoroso, seductor y único.

Era odio y deseo lo que sentías por él. Inmenso el gozo y gigante el dolor que provocaban en ti sus castigos de indiferencia y poder, su sorpresiva presencia en tu alcoba.

Todos cuantos te amaron fueron arrastrados hasta ahí, hasta la grieta de tu alma, esa por donde ahora pasa un cardumen de peces blancos mientras tu cuerpo se pule con el agua y tus ojos se deprenden  como conchas inútiles ya.

Escritora. «Larga y ardua es la enseñanza por medio de la teoría, corta y eficaz por medio del ejemplo.» –Anónimo

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