Skip to content

Las batallas

Solía tener la carcajada ágil; aunque reservado, solía ser un niño alegre, el raro que prefería dibujar a jugar futbol.

Inventé diez o doce planetas; sólo recuerdo uno: su luna era un diamante que en las noches evaporaba un poquito sus océanos. Y yo recorría sus cavernas de día, temiendo un eclipse que nos cocinara a todos. Si comía ciertas flores (las moradas) podía volar de una montaña a otra sin chamuscarme por los rayos del sol. Y si me llenaba la boca de unas hojas espigadas (las grises) podía pasar horas bajo el mar tibio y desde ahí veía la noche cuajada de estrellas, sin miedo a evaporarme con el agua.

Ahora recuerdo esas lunas, esas flores pálidas, esos árboles despeinados y descomunales, esa fauna que cazaban mis manos desnudas; y ahora, desnuda, recostada al filo de la cama, el cabello manchándome la cara y los labios, escucho mi nombre en la oscuridad: «Carmina».

Escritor. Lugar común: perfil obsesivo compulsivo, pero es cierto y útil en producción editorial. Editor, traductor, corrector de estilo.

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

Madrugada

Alquiler

Presentía el encuentro con una mandíbula que se quedara encajada en mis muslos. Unas garras que me derrumbaran, y que mis dientes se…

Volver arriba